viernes, 16 de marzo de 2007

Marie

Niña rosada que vaga por canciones y letras demasiado sofisticadas para cualquier edad y que se queda mirando perpleja una hilera de hormigas pasando en un orden químico sólo desbaratado por la lluvia. Un lugar para descansar. Esa es la Marie que a punta de ensoñaciones burundangüescas que aspiré de entre sus tetas me encantó. Es difícil creer que una persona de esta naturaleza casi extinta pueda convertirse en una obsesión dolorosa y turbia que conduce a la auto destrucción. Destrucción placentera que dura mientras se siga aspirando esos vapores.
Girábamos en las esquinas de las canciones, deshacíamos pasos en vías desoladas bajo las luces mercurio de la ciudad, nadábamos en piscinas de birra y nos lamíamos la piel en hoteluchos de camas calientes. Era una lucha breve en la que se entregaba todo.
La luz azulosa y fría de la mañana era el comienzo de un recuerdo dulce y nebuloso que nos atormentaba sin remedio. Dejaba mi piel viperina, traslúcida, colgada entre las cortinas coloridas de esos lugares borrosos.
Es curioso que siempre la recuerde como a una especie de mariposa nocturna, bailando torpemente en un rincón oscuro y tratando de no llamar la atención. Pero era imposible. Solo era mirar el revés de sus alas para descubrir miles de escamas de colores donde una vez se alojaron mis sueños. Pequeña Marie adorable. Me arrepiento de muy pocas cosas en la vida, pero tú, sin duda, mi enfermera perlada, me haces ver lo realmente estúpido que puede llegar a ser un hombre temeroso de entregar su amor sin más condiciones que el amor mismo.